martes, 1 de marzo de 2016

Medida por medida

[Declaración universal sobre la integridad de la Coca-Cola]



Los sumilleres y los adictos sabemos que no existe una fórmula secreta. A diferencia de otros hidrocarburos como el petróleo, con el que está ligeramente emparentada, la producción de Coca-Cola está vinculada al único yacimiento encontrado hasta la fecha en Atlanta, en 1886. Todas las prospecciones posteriores han resultado fallidas. Pese a los denodados esfuerzos de Pepsi, cuyos sondeos en geografías tan inciertas como Alaska o la Antárdida repercutieron en aquel engendro transparente denominado Pepsi-Crystal, la hacendosa competidora de la matriz georgiana ha tenido que seguir conformándose con la adulterada sobreexplotación del afloramiento secundario de Carolina del Norte; apenas un venero ramificado a través de la complicada y laberíntica galería de acuíferos que conecta ambos estados, y que perjudica estrepitosamente el sabor original como consecuencia de la sedimentación de azúcares de aluvión.

Fue durante la Gran Depresión, y para evitar la especulación que hubiera podido derivarse de un acopio descontrolado de reservas, lo que hubiera podido hacer tambalearse al monopolio, cuando se circuló la idea de que la producción de la bebida, cuyo sabor y efectos ninguna compañía lograba reproducir, tenía una base alquímica. Numerosos imitadores despistados por esta verdad universal, han intentado remedar infructuosamente desde entonces una receta imposible.

Aquellos fueron los mejores años para The Coca-Cola Company, cuyos cuarteles centrales, firmemente asentados sobre el gran oleoducto que bombeaba incesantemente la chispa de la vida, hacían inexpugnable el yacimiento a la comunidad científica y mitigaban, con una gran inversión publicitaria en desinformación, todo conocimiento sobre los efectos secundarios del preciado néctar, cuya magnitud aún se ignora.

En la década de los setenta aparecieron los primeros signos de agotamiento de la explotación, profundos estudios estimaron que la vida útil del yacimiento, que antes se consideraba prácticamente ilimitada, apenas se prolongaría tres décadas más. Extraños movimientos tectónicos habían reducido a extremos alarmantes la bolsa de crudo.

Ante lo desesperado de la situación se ideó una estrategia que aún padecemos y a la que adictos y sumilleres hemos asistido inermes.

A principio de los ochenta apareció la aciaga Coca-Cola Light a la que luego sucedieron la Coca-Cola sin cafeína y, posteriormente, la inexplicable Coca-Cola Zero, además de toda una legión de derivados formados por la combinación y permutación de estos productos rebajados.

Mediante un proceso de destilación y refinado, que no tuvo nunca en cuenta el paladar del público, los ingenieros de The Coca-Cola Company lograron multiplicar por cinco el rendimiento de las extracciones y ampliar la vida útil estimada en, al menos, cinco décadas más. Es cierto que para ello hubieron de promover nuevos estilos de vida, denominados “saludables”, pero no era un reto nuevo para quienes habían conseguido fagocitar los sueños infantiles del pueblo americano mediante el colorado emblema de Papa Noel.

Este plan, ejecutado en los últimos treinta años, alcanza ahora su fase final, cuando, prácticamente inencontrable la Coca-Cola íntegra, se han camuflado los envases sometidos a una ceremonia de la confusión en sus embalajes que impide, en cualquier circunstancia, asegurar una provisión legítima.

Es por esto que adictos y sumilleres hemos decidido hacer pública, no la fórmula -sí la combinación- que permita restituir en todo caso la Coca-Cola primigenia con la plenitud de sus cualidades organolépticas, en el convencimiento de que no podemos ceder a las pretensiones uniformadoras de quienes se ha enriquecido mediante la sobreexplotación de un bien natural escaso.

Así, en caso de necesidad, y como nunca habrán de faltar derivados en el entorno doméstico, se deberá disponer de las siguientes cantidades: un tercio de Coca-Cola Light, un tercio de Coca-Cola Zero, un tercio de Coca-Cola sin cafeína que, convenientemente agregadas, agitadas y removidas, retornarán una medida de Coca-Cola íntegra en todo su esplendor.

En el caso de disponer de derivados de segundo orden, como la Coca-Cola Zero sin cafeína o la Coca-Cola Light sin cafeína o cualquier otro brebaje, conocido o por conocer, la combinación debe afectarse por el coeficiente oportuno, siempre múltiplo o cociente de dos, en función de la suma de medidas disponibles.

Sabemos a lo que nos exponemos al revelar tan graves secretos, pero de no hacerlo habríamos renunciado a los más altos principios de autenticidad y alegría natural que por más de un siglo ha representado esta bebida universal, hoy por desgracia, en peligro de extinción.


PARA MÁS INFORMACIÓN: EL LECTOR DE AMANAQUES.

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