domingo, 7 de junio de 2015

Bajo las raíces (Homenaje a Antonio Colinas)

En 1979 mi tío Miguel (García-Posada) publicó en la editorial Kapelusz  la antología "40 años de poesía española", dedicada a la memoria de Blas de Otero. El primero de los nombres que figuraban en ella era el de Miguel Hernández, los tres últimos: Gimferrer, Antonio Colinas, Guillermo Carnero.


Este libro, que llegaría a mis manos hacia mis veintiún años, me causó una honda impresión, revisado hoy en perspectiva apenas detecto una ausencia o un error, entre sus muchas bondades podría señalar, por ejemplo, la significativa presencia de Juan Eduardo Cirlot o Carlos Edmundo de Ory, poetas orillados entonces por la imperante grisalla del realismo social o camuflados tras los matorrales de jaspe y serpentina del venecianismo emergente.

Lejos de ser un centón, convivían en la selección los nombres de un manual bien avisado con otros menos comunes ateniéndonos al año de publicación como los de Ricardo Molina, Fernando Quiñones  o incluso la más conmovedora y poeta (no poetisa ni infantilista) Gloria Fuertes.

De Antonio Colinas, de quien apenas había podido leer nada hasta entonces -yo estudiaba, perdonadme, la carrera de ingeniero- se daban tres poemas, los tres de "Sepulcro en Tarquinia": "Simonetta Vespucci", "Noviembre en Inglaterra"  y "Giacomo Casanova acepta el cargo de bibliotecario que le ofrece, en Bohemia, el conde de Waldstein".

Algunos años más tarde pude explorar en extensión y profundidad, pero ya como parte de sus primeras obras completas en Visor, aquel sepulcro fundacional y mítico. Porque aquellos poemas se habían integrado en mi conciencia lírica como solo lo pueden hacer las músicas amadas, hasta ser parte indisoluble de nosotros. 

Cuando Ben Clark me propuso participar en el libro-homenaje que la Isla de Siltolá iba a dedicar a los Cuarenta Años de "Sepulcro en Tarquinia", que coinciden, por cierto, con mis cuarenta años, y titulado finalmente "Bajo las raíces", 

[Toda la información AQUÍ]: 

volvieron a la memoria, otra vez y como siempre, aquellos poemas queridos, y quise imaginar a Casanova, (que no fue feliz la década larga que aún vivió en Bohemia, pues se enemistó con los lacayos y habitantes del palacio), encontrando, por casualidad, un ejemplar de "Sepulcro en Tarquinia", regresado de más allá del futuro para traerle, si no los serrallos de Estambul, al menos los cielos de Bérgamo y todo el azul de la Italia.



A continuación copio ambos poemas, pues no se entendería el homenaje sin tener presente el medallón que le da origen.

GIACOMO CASANOVA ACEPTA EL CARGO DE BIBLIOTECARIO QUE LE OFRECE, EN BOHEMIA, EL CONDE DE WALDSTEIN

Il vostro passo di velluto
E il vostro sguardo di vergine violata.

Dino Campana

Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes.
Con la Revolución Francesa van muriendo
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso
ser soldado en las noches ardientes de Corfú.
A veces he sonado un poco el violín
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia
con la música y arden las islas y las cúpulas.

Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú
he viajado en vano, me persiguen los lobos
del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas
detrás de mi persona, de lenguas venenosas.
Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
sueño con los serallos azules de Estambul.

ANTONIO COLINAS




GIACOMO CASANOVA LEE “SEPULCRO EN TARQUINIA” EN LA BIBLIOTECA DEL CONDE DE WALDSTEIN, EN  BOHEMIA.
  
"Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes".

Por oscuras y umbrías galerías de libros,
bajo frescos heridos de salitres y grietas,
casi ciego y exhausto, como el sol en invierno,
aparto telarañas y acerco el candelabro
a este extraño volumen en octavo mayor.
Fuera cae la nieve sobre una tumba negra
y el bosque de Bohemia ya es cristal de Bohemia,
frágil como mis huesos, claro como mi vida
que día a día asiento en papel veneciano
sin saber aún la hora de tornar a Venecia.
Han pasado los años, los criados me humillan,
y un brochazo de sangre en los muslos de Francia
enturbia mi memoria de viejo libertino
iniciado en las logias del azar y el deseo.
Me miro en el espejo de azogues restaurados
que estas páginas nobles dispensan a mi espíritu:
de las altas colinas y las piedras de Bérgamo
desciende la armonía a mi pecho abrumado
y los cielos de Italia resurgen de los grises
paisajes que me cercan tras estos tristes muros.
Escuchadme, Señor: alguien sueña mi sueño.

JOSÉ MARÍA JURADO








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