martes, 9 de diciembre de 2014

La dolce vita



















El día en que cumplí cuarenta años
me senté en un café de vía Veneto
a pedir un martini con ginebra.

Aunque yo no acostumbro a llevar gafas
de sol y, en general, bebo muy poco,
quería ser Marcelo Mastroianni.

Era dulce la vida esa mañana
bajo el cielo de Roma arrebatado
deslumbrante de luz y de belleza.

Cuando al pasar una mujer hermosa
que subía de Plaza Barberini
(donde trenza el Tritón la crin del agua)

lancé el primer requiebro de mi vida
-oh, el baño en la fontana, Anita Ekberg-.
Ella giró su larga cabellera

y con la gran guadaña de sus ojos
segó mi corazón: “aún no es tu hora”,
me dijo entre sonoras carcajadas.

Roma, 15 de julio de 2014




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